lunes, 8 de diciembre de 2014

POR QUÉ ES DIFÍCIL OBTENER ENERGÍA DE LA FUSIÓN NUCLEAR

¿Por que es tan difícil obtener energía de la fusión nuclear?

Hace unos días se publicó en El Mundo un magnífico artículo sobre la fusión Nuclear y la construcción del ITER en Cadarache, en la Occitania francesa. Llevamos esperando 60 años a que los físicos del plasma consigan algún avance en la fusión controlada, y mantenida a lo largo del tiempo del hidrógeno, que pueda proporcionar energía de sobra y más barata que la que nos llega del reactor natural de fusión que es el Sol, todos los días del año a la superficie de la Tierra de forma totalmente gratuita.
En la historia de la tecnología humana los desarrollos se han logrado, una vez puestos a ello, en no más de una década. Cuando se intenta poner en marcha una nueva tecnología y se emplea en ello más de seis décadas sin resultado alguno, es evidente que esa tecnología no puede ponerse en marcha. Eso sí, subvenciones para el intento, 60 años de ellas y sustanciosas.
En el Sol la fusión se produce mediante explosiones incontroladas, mediante secuencias continuas de bombas de hidrógeno. El problema de la fusión en la Tierra es que la queremos controlada.
Para establecer la fusión entre dos isótopos pesados del hidrógeno, dos núcleos de tritio, hace falta que éstos se acerquen mucho entre sí, que se acerquen tanto que la repulsión eléctrica entre los protones cargados positivamente pueda ser superada de forma que los neutrones del tritio se combinen con los protones para formar el átomo neutro del helio, liberando energía de sobra en el proceso.
En el Sol este acercamiento está producido, a través de un sistema muy complejo de interacciones, por la fuerza de la gravedad. En la Tierra, en el ITER de Cadarache se quiere conseguir ese acercamiento mediante choques brutales de los iones lanzados unos contra otros dentro de anillos toroidales como dos camiones de decenas de toneladas que se dirigiesen a chocar directamente a 300 km/h. La diferencia está en las masas de los núcleos de tritio y las velocidades de decenas de miles de kilómetros por hora.
Ahora bien, ni los seres humanos ni la naturaleza somos capaces de controlar el movimiento de los iones individuales, ni de tritio ni de ningún otro elemento. Las reacciones en el Sol, cuando se unen dos núcleos de tritio, son aleatorias, de la misma manera que en las contadas ocasiones en las que se ha producido la fusión en los laboratorios humanos, ha sido producto de la casualidad al lanzar trillones de núcleos unos contra otros.
La diferencia entre el Sol y la Tierra es que allí las explosiones nucleares son la fuente de la energía, pero en la Tierra no las podemos aceptar. Se trata pues de mantener el flujo de núcleos de tritio equilibrado de manera exquisita para que sus energías permitan la fusión, pero no la explosión nuclear. 
Ni la naturaleza ni los seres humanos somos capaces de esa precisión en nuestra capacidad de control.
La idea tras el ITER es un producto de la mentalidad del siglo XX, derivada del pensamiento filosófico desarrollado en Europa desde 1600: Determinismo y soluciones finales.
En 1600 tras la reforma protestante y la contrarreforma católica, la ciencia comenzó su andadura. Se trataba de poner en marcha el conocimiento de la naturaleza mediante la razón validada siempre por el experimento,  como lo opuesto a la forma tradicional de verdades reveladas nunca se sabe a quien y nunca se sabe por parte de quien.
Pero a pesar de ser una forma de conocimiento que rechaza la revelación, la ciencia asumía, implícitamente, las ideas de causa eficiente, finalidad y determinismo, a lo que se añadió, en el siglo XIX, la idea de solución 'final' equivalente a una revelación pero alcanzada mediante el razonamiento. Viejos esquemas culturales trasplantados a una forma de razonamiento que se pretendía nueva.
Según esa filosofía implícita, la ciencia (según dicen Hawking, Penrose, Gell-Mann, y muchos otros) puede alcanzar modelos definitivos y finales de un universo que comenzó con una creación, aleatoria o volitiva, pero una creación concreta, en la ciencia, el Big Bang.
Parece que el ser humano vuelve una y otra vez a las mismas ideas primitivas, a pesar de sus supuestos avances mentales. Quizás no podemos, con el cerebro que tenemos, pensar de otra manera.
Pues bien, la idea del ITER deriva de estas ideas de soluciones finales y deterministas (aunque se sabe que los núcleos describen, dentro del reactor de Cadarache, trayectorias aleatorias). Se vende, y muchos físicos piensan que es real, la posibilidad de control absoluto de la naturaleza, rechazando la inevitable aleatorieidad de la misma.
El gas de núcleos de tritio a muy alta temperatura (plasma)  confinado en trayectorias toroidales dentro de un anillo envuelto en bobinas de cobre que crean campos magnéticos muy complicados, debe circular sin contaminación por otros átomos, sobre todo átomos pesados (hierro, cobre, metales diversos) que al absorber energía enfriarían el plasma. Esta es la razón de lo que se cuenta en el artículo citado de El Mundo de un recinto absolutamente sellado y, se supone, absolutamente limpio.
El problema real es que el ser humano no puede dejar nada absolutamente limpio, porque no puede manipular átomo a átomo los cuerpos y los sistemas macroscópicos. Hoy día podemos emitir electrones uno a uno de ciertas fuentes, pero una vez emitidos no podemos controlar sus trayectorias de manera exacta, pues las interacciones con el resto de los átomos del universo, a través de sus campos electromagnéticos, hacen que esas trayectorias tengan un fuerte componente aleatorio (que es, finalmente, lo que significa el principio de indeterminación de Heisenberg).
El dilema de la fusión es que es preciso el control atómico de unas trayectorias macroscópicas bajo la ligadura de la indeterminación y la existencia de quintillones de átomos y sus campos electromagnéticos en los contenedores del plasma.
La filosofía determinista y de resultados finales afirma (y consigue muchísimo dinero, pues los que tienen las llaves de las cajas fuertes llevan también esa filosofía firmemente embebida en sus mentes) que es posible controlar lo incontrolable. Sesenta años de tremendos esfuerzos muestran que no lo es.
Reconocer ésto es reconocer el fracaso, no de la ciencia, sino de una cierta filosofía que no deriva de la misma ciencia, sino de las ideas religiosas de los siglos anteriores.  Si la ciencia no tiene, ni puede tener el control total de la naturaleza, tampoco puede tener el control total de la vida. Si se reconoce ésto, ¿Con que cara se presentan a pedir el voto unas personas que lo hacen afirmando que tienen la solución a todos los problemas?
La realidad es que no hay soluciones finales, y que las soluciones parciales son bastante chapuceras, pero son las que hay.  La respuesta a esta realidad de la naturaleza es el principio de precaución: Si no hay nada seguro, establezcamos multitud de soluciones alternativas para garantizar no el funcionamiento perfecto, sino el mejor funcionamiento de entre los posibles que no son nunca los definitivos. Mantengamos la dinámica de correcciones constantes a nuestras trayectorias, sabiendo que aún con esas correcciones nunca seguiremos la trayectoria ideal, aunque quizás nos aproximemos a ella.
Un ejemplo quizás aclare lo que estoy escribiendo. En Julio de 2013 descarriló un tren Alvia en la estación de Santiago de Compostela. De las investigaciones posteriores se llegó al conocimiento de que los constructores y administradores de Renfe/ADIF habían asumido la solución final de que el maquinista no podía fallar: La idea determinista de cierta ingeniería. La realidad es los maquinistas fallan, como fallan los sistemas mecánicos. Colocar en el tren muchos sistemas de control: 1) Velocidad máxima según la posición del tren marcada mediante varios GPS independientes, 2) Detección de la curvatura de las vías y reducción inmediata d la velocidad a un máximo de acuerdo con esa curvatura, 3) Señales constantes de radio para el control de la atención del maquinista, etc., pueden reducir el riesgo de accidentes en varios órdenes de magnitud, sin aumentar apreciablemente los costes de fabricación y mantenimiento de los trenes.
Pero hacer ésto, como pensar que la fusión nuclear -controlada- no es una solución para el ansia humana de energía, es entrar en otra etapa mental de la humanidad: una etapa que reconoce la aleatoriedad intrínseca de la naturaleza, y la necesidad imprescindible de diseñar todos nuestros aparatos y formas de vida de acuerdo con ella, reconociendo una y otra vez que ''haremos lo imposible, pero nunca podremos garantizar nada de forma total''. 

POR QUÉ NECESITA LA TIERRA UN ESCUDO PROTECTOR





¿Por qué necesita la Tierra un escudo protector?










El espacio está tremendamente vacío de materia, pero por él viajan a la velocidad de la luz radiaciones electromagnéticas de alta energía y, un poco más despacio, partículas atómicas de la misma o mayor energía, si cabe.
La acción de radiaciones como la luz ultravioleta o los rayos gamma, o el choque de un rayo cósmico o un electrón de alta energía sobre una cadena de ADN resulta, normalmente, en un cambio de sitio algunas de las bases apareadas de la misma: Se producen mutaciones, por lo general inocuas, algunas veces dañinas y muy, muy raras veces, mutaciones que cambian las especies vivas, como probablemente ocurrió cuando aparecieron losHomo sapiens, y como es seguro que ocurrirá antes o después con nosotros, los sapiens, que desapareceremos para dejar sitio a una nueva especie humana.
Las radiaciones dañinas como la ultravioleta son detenidas por partículas, como el ozono al formarse constantemente. Las partículas potencialmente dañinas son desviadas por los campos electromagnéticos que rodean la Tierra. Parece curioso: las ondas son absorbidas por las partículas, las partículas desviadas por los campos. Es curioso porque nuestros compañeros físicos insisten una y otra vez que las partículas son realmente ondas, y las ondas partículas, pero siéndolo, la ondas no se comportan todas como partículas ni todas las partículas como ondas, y hay distinción entre los fotones y los electrones, entre las ondas electromagnéticas y las fuentes del campo electromagnético, los electrones oscilantes. No, por mucho que se quiera insistir, las partículas no son ondas ni las ondas partículas.
En los foros esotéricos (en los que incomprensiblemente hay físicos) se mueve una idea loca denominada hipótesis Gaia, o realmente hipótesis Tierra, puesto que Gaia es Tierra en griego. Es loca porque confunde causas con efectos, haciendo muy mala ciencia.
Si yo dejo caer una bola de acero desde una torre, la bola se acelera y su aceleración es 9.8 m/s2. La causa es la atracción entre la Tierra y la bola, y el efecto la aceleración. Nunca es causa de la atracción la aceleración de la bola.
De la misma manera vivimos en la Tierra porque causas totalmente naturales generan protección contra las interacciones del exterior. No se han creado las protecciones para que exista la vida aquí, en este rincón del Universo.
La Tierra atrae hacia su centro a toda la materia que tiene a su alrededor. Pero las moléculas o los iones gaseosos de la atmósfera además de la atracción hacia el centro de la Tierra, tienen velocidades distintas de cero, y velocidades muy elevadas, de manera que sin escapar de la atracción terrestre, forman delgadas, o delgadísimas películas, films de moléculas e iones que se mueven sin escapar alrededor del planeta. Los films se organizan a su vez en anillos como rosquillas rodeando el planeta.
En la alta atmósfera, las partículas son iones, partículas cargadas que se mueven a altas velocidades, como he dicho. Una carga eléctrica en movimiento genera, además de su campo eléctrico que va cambiando en el espacio al cambiar la posición de la carga, un campo magnético debido a su velocidad (es este un efecto relativista, una consecuencia de la diferencia de velocidades entre la carga que se mueve, y la que experimenta el campo magnético, pues si las velocidades son constantes, si no hay aceleración, ¿cual de las cargas esta moviéndose y cual en reposo?). Las rosquillas generan un campo electromagnético (EM) alrededor de la Tierra. Las llamamos anillos de radiación.
Las partículas cargadas que desde mucho más lejos que los últimos films de las rosquillas se acercan al planeta se ven desviadas en su camino por los campos electromagnéticos que esos films han generado, como una bola de acero que se acerca a un tobogán y cambia la dirección de su movimiento al resbalar por él.
Los primeros anillos de radiación que se detectaron fueron descubiertos por van Allen en la universidad de Iowa en 1958. Derivan de la existencia del campo magnético permanente de la Tierra, el campo que permite que funcionen las brújulas. El campo magnético organiza el gas de partículas cargadas (plasma) alrededor de la Tierra, en dos anillos en forma de rosquilla que la rodean salvo el agujero que tienen como toda rosquilla, y que va del polo magnético norte al sur.
El primer anillo va desde  unos 1000 km a 6000 km de la superficie de la Tierra y está esencialmente compuesto por electrones y protones de alta energía, probablemente procedentes de la descomposición de neutrones. Los neutrones se forma en la colisión de rayos cósmicos (núcleos de Helio de altísima energía ) con otros núcleos de gases de la alta atmósfera.
La segunda rosquilla se extiende desde los 13000 a los 60000 km, con un máximo de partículas cargadas entre 24000 y 30000 km. Las partículas son esencialmente electrones altamente energéticos, que desaparecen constantemente y son repuestos también de forma constante, y protones, núcleos de helio e iones de oxígeno.
El descubrimiento de que ha dado cuenta El Mundo esta semana es que el borde más cercano a la Tierra de esta rosquilla de partículas cargadas es impermeable a los electrones de alta energía (electrones que viajan con velocidades cercanas a las de la luz), es decir, que por algún motivo que la ciencia aún desconoce, cuando estos electrones se acercan al borde interior de la rosquilla son desviados en direcciones tangenciales y obligados a permanecer en el anillo sin salir nunca hacia la Tierra.
Estos ''misterios'' científicos son los que estimulan nuevos descubrimientos de cómo funciona la naturaleza (la física), mucho más que insistir sobre viejos modelos como el modelo estándar.
Las auroras boreales están causadas por las partículas de muy alta energía del viento solar atrapadas por el campo magnético de la Tierra allí donde desaparecen los anillos de radiación, cerca de los polos magnéticos de la Tierra. Estas partículas (electrones y protones, esencialmente) oscilan a lo largo de las líneas magnéticas externas de las rosquillas de van Allen y van bajado por ellas hasta desaparecer en la superficie donde las líneas magnéticas llegan al suelo. Los colores de las auroras se deben a las oscilaciones de las moléculas de oxígeno y nitrógeno de la atmósfera causadas por las partículas cargadas.
Tenemos pues unas zonas de radiación EM que protegen la vida en la Tierra, o al menos reducen la frecuencia de las mutaciones de manera drástica. ¿Están ahí puestas para protegerla?
La respuesta es un rotundo NO. El planeta es como una bahía tremendamente segura en una costa sometida a las tormentas. ¿Se formó la bahía para que los barcos se refugiaran en ella, o los barcos se refugian en ella porque la bahía existe?
Recordemos que las bahías se formaron en las costas muchísimo antes de que los barcos ni siquiera se hubiesen imaginado. Cientos de miles, quizas millones de años antes. Si pensamos que una mente todopoderosa creó las bahías para refugio de los barcos, tambien podemos pensar que podía haber organizado los mares y la atmósfera para que esto fuese innecesario, eliminando las tormentas.
La Tierra es un planeta que acoge a la vida, como la bahía segura acoge a los barcos. Las moléculas orgánicas que pueden encontrarse en los cometas y en el espacio exterior se formaron como las moléculas inorgánicas, por colisiones al azar entre sí de los átomos del Universo. Estas moléculas, si caen sobre Júpiter, Marte o Venus, desaparecen como un barco que se precipita contra un acantilado bajo una gran tormenta.
Esas mismas moléculas encuentran refugio en la Tierra, a una distancia del sol que permite la existencia de agua líquida, con un núcleo de hierro que genera campos magnéticos que atrapan plasma que protege a la superficie de las colisiones de partículas de alta energía.
¿Está la bahía creada para acoger al barco que huye del huracán? La Tierra no se creó para acoger a la vida, pero la vida se refugió en un planeta amable como los barcos que huyen de los huracanes se refugian en las bahías.
La hipótesis Gaia es falsa.

LOS ALBA

CASA DE ALBA Protagonistas de la Historia de España
Alba: la forja de un linaje histórico y poderoso
ENRIQUE SORIA MESA Profesor de Historia Moderna. Univ. Córdoba
Actualizado: 19/11/2014 
Linaje noble situado entre los más preclaros de España, la casa de Alba reúne en el imaginario colectivo todos los tópicos posibles que sobre la aristocracia nacional se pueden esgrimir. Origen mítico y fabuloso; grandes personalidades que oscilan entre lo heroico, lo pintoresco y lo frívolo; enormes patrimonios rústicos y urbanos, parentescos regios, a lo que cabe añadir una enorme acumulación de títulos y señoríos que la convierten, sin duda alguna, en la casa nobiliaria más conocida de España y una de las más destacadas de toda Europa.
Como todos los grandes linajes, el de los Álvarez de Toledo tiene un origen incierto que se pierde en las brumas de la Alta Edad Media. Es lo mismo que sucede con infinidad de poderosas casas de la aristocracia europea e incluso de la propia realeza. No hay más que recordar el caso de los Habsburgo o de los Saboya, ninguno de los cuales se documenta con certeza mucho más allá del año 1000.
La estirpe que con el tiempo se denominó Álvarez de Toledo parece arrancar, hoy resulta casi seguro, de la ciudad epónima y tener, esto es lo más interesante, un origen mozárabe, antiguos visigodos sometidos al poder islámico hasta la conquista de la ciudad por Alfonso VI en 1085. A esta aún poco conocida minoría pertenecióEsteban Illán, un poderoso personaje local cuya descendencia tomó el apellido de la ciudad en que vivían.
Del todo hay que desechar ridículas leyendas que les hacen provenir nada menos que de un príncipe griego, hijo o sobrino de un emperador de Bizancio. No se trata sino de un intento, elaborado allá por el siglo XV, por engrandecer los orígenes del linaje. En realidad, comenzamos a movernos con seguridad a finales del siglo XIV, tras la llamada Revolución Trastámara, que proyectó hacia el poder y la gloria a una larga serie de linajes nobiliarios que anteriormente habían permanecido en un segundo plano, cuando no ignorados por completo por las crónicas y los documentos. Es el tiempo de los Guzmán, Ponce de León, Velasco, Pacheco, Zúñiga, Fernández de Córdoba... y de los Toledo, por supuesto.
Primera ascendencia noble.
La concesión del señorío de Valdecorneja (Ávila) fue el primer gran paso colectivo que les permitió pasar de mera oligarquía urbana a la condición de nobleza señorial, así como iniciar una afortunada política matrimonial con estirpes de mucho mayor nivel que aquellas con las que anteriormente habían enlazado. Sin embargo, la consagración familiar vino de la mano de la concesión del condado de Alba de Liste, otorgado en 1439 a don Fernando Álvarez de Toledo, cuarto señor de Valdecorneja, esposo de doña Mencía Carrillo, de familia de alto rango pero aún relacionada con la Ciudad Imperial.
Fue su hijo don García de Toledo quien, sin duda alguna, elevó a la familia al escalón de la primera nobleza del reino de Castilla. No solo porque vio cómo, en 1465, se le concedía el título de duque de Alba, sino por su casamiento. El poder, riqueza e influencia de los Álvarez de Toledo les permitió enlazar con una de las principales estirpes castellanas, de muchísimo mayor rango que la suya. Se trata de los Enríquez, almirantes de Castilla, duques de Medina de Rioseco, descendientes por línea masculina del rey Alfonso XI.
Escudo medieval de la Casa de Alba
De don García y doña María Enríqueznacieron nueve hijos y, como era inevitable en esta época, tanto hombres como mujeres, sobre todo estas últimas, sirvieron de peones dinásticos, enlazando con las principales casas de la nobleza castellana. Así, doña Mencía y doña Francisca casaron, respectivamente, con el primer y II duque de Alburquerque; doña María lo hizo con el conde de Feria y doña Teresa, por último, con el II conde de Osorno.
Sin embargo, debemos fijarnos en el hijo primogénito, don Fadrique II duque de Alba, uno de los más importantes personajes de su tiempo. Destacado militar, fue uno de los más fieles servidores de los Reyes Católicos, y más aún en los complejos años de la regencia de Fernando ante la incapacidad de su hija la reina doña Juana la Loca. Entre sus hazañas es de justicia mencionar la dirección del ejército que conquistó Navarra en 1512, anexionándola definitivamente al entramado de Coronas que componían la Monarquía Hispánica.
Su boda fue especialmente estratégica, ya que le unió al principal linaje de la nobleza extremeña, dueño de enormes territorios colindantes con sus propios dominios. Doña Isabel de Zúñiga, su esposa, era hija de don Alonso, duque de Béjar, uno de los más ricos magnates del reino. Su hijo don García debería haber heredado la Casa, pero murió antes que su progenitor, habiendo casado con doña Beatriz Pimentel, hija de los cuartos condes de Benavente (otra de las grandes estirpes de la región, cuyos dominios confinaban igualmente con los señoríos de los Alba). De ellos nació en 1507 don Fernando Álvarez de Toledo, más conocido como el Gran Duque de Alba.
Tupida red de parentescos
Lo interesante de la genealogía del Gran Duque de Alba no radica solo en su ascendencia, sino también en la increíble red de parentescos que los Álvarez de Toledo consiguieron hilvanar en pocas generaciones, que no solo incluyó lo más granado de la aristocracia peninsular, sino que alcanzó incluso las testas coronadas de España y Francia y de ciertos estados soberanos italianos. Ya se ha comentado la importancia que tuvo el enlace con los Enríquez, almirantes de Castilla. Al ser esta una familia muy extensa, los Alba se convirtieron en parientes de decenas de nobles de la más rancia estirpe hispana.
'El banquete de los monarcas', alegoría que muestra al Gran duque de Alba sirviendo a Felipe II y a Carlos V

Así, entre tíos y sobrinos, primos hermanos y primos segundos, los Álvarez de Toledo emparentaron directamente con los marqueses de Astorga, de Villena y de Priego, así como con los condes de Deleitosa, de Buendía, de Luna, de Alba de Liste y los de Valencia de Don Juan. También con el conde de Belalcázar, progenitor de los duques de Béjar, lo mismo que con los duques de Gandía y con el marqués de Denia, don Bernardo de Rojas y Sandoval, antepasado del valido Lerma. Incluso las redes tejidas por los Enríquez se extendían fuera de Castilla, incluyendo a los poderosos duques de Cardona, la primera estirpe del principado de Cataluña.
Mucho más importante aún, estas estrategias familiares les llevaron aconectar directamente con la propia Casa Real española. Doña María Enríquez, mujer del I duque de Alba, era medio hermana de doña Juana Enríquez, segunda esposa de Juan II de Aragón y madre de Fernando el Católico. De esta forma, el II duque de Alba, don Fadrique, era primo hermano del Rey Católico, circunstancia que sin duda alguna explica en parte su vinculación y lealtad al trono. Siguiendo esta misma línea genealógica, nuestro personaje, el Gran Duque de Alba, era primo tercero del emperador Carlos V, un parentesco que en aquella época resultaba bastante cercano y operativo.
Como mera curiosidad, estas relaciones alcanzaban incluso a los enemigos políticos del III duque de Alba. La famosa princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, compuso con su marido, Ruy Gómez de Silva, un tándem cortesano de la mayor influencia, el partido ebolista, que se opuso frontalmente a las posiciones mucho más beligerantes de nuestro protagonista. Pues bien, doña Ana era sobrina del duque de Alba, ya que el abuelo materno de ella era su primo segundo. Además de ello, eran parientes lejanos por otras ramas.
Lazos con los Médicis
De cualquier forma, lo más llamativo de este esquema de conexiones familiares es la establecida entre los Álvarez de Toledo y la mítica casa florentina de los Médicis. Como consecuencia de la hegemonía hispánica en Italia, en 1539 se desposaba Cosme I de Médicis, futuro Gran Duque de Toscana (1569), con doña Leonor de Toledo, hija de don Pedro, segundo marqués de Villafranca y virrey por aquel entonces de Nápoles. Los marqueses de Villafranca eran una rama segundona de la Casa de Alba, la más ilustre de todas las que de ellos se derivaron, y que surgió con el propio don Pedro de Toledo, hijo del II duque de Alba y, por tanto, tío carnal de nuestro personaje.

Esto convertía a la mencionada doña Leonor en prima hermana del Gran Duque de Alba, portando desde entonces sangre Toledo los soberanos florentinos. Y no solo ellos, sino que esta relación alcanzó a la práctica totalidad de los príncipes europeos, incluidos los Reyes de España, ya que una nieta de esta doña Leonor fue nada menos que María de Médicis, esposa de Enrique IV de Francia, de quienes hubo gran descendencia que llega a nuestros días.
Siguiendo la tradición de muchos de sus ancestros, don Fernando casó endogámicamente, desposando a su prima hermana doña María Enríquez, hija del tercer conde de Alba de Liste y de doña María de Toledo, hermana de su propio padre. Este casamiento venía a reforzar los sólidos lazos que unían a la Casa de Alba con los Enríquez, de los que los condes de Alba de Liste era una rama segundona.
Descendencia hasta la actualidad
De ellos nacieron varios hijos, tres de los cuales consiguieron superar la barrera de la infancia y alcanzar la edad adulta. La única hija fue doña Beatriz, mujer de don Álvaro Pérez Osorio, marqués de Astorga. De los varones, el mayor fue don Fadrique, IV duque de Alba, quienaunque se desposó tres veces no tuvo descendencia. En primer lugar casó con doña Jerónima de Aragón, hija del duque de Segorbe y descendiente de los reyes de Aragón. La segunda vez, con doña María Pimentel, hija de los sextos condes de Benavente. Finalmente lo hizo con su parienta doña María de Toledo, hija de los marqueses de Villafranca, de la que nació un niño que murió a los pocos años.
Así pues, la sucesión familiar recayó en la línea de don Diego de Toledo, segundo hijo del Gran Duque de Alba, aunque no heredó el título pues murió en vida de su padre. Fue conde de Lerín y condestable de Navarra por su casamiento con doña Brianda de Beaumont, heredera de la casa nobiliaria más destacada del reino navarro, descendiente de sus soberanos. En el seno de este matrimonio nació don Antonio, quien sucedió a su abuelo el Gran Duque, siendo V duque de Alba.
De él procedieron los demás hasta el día de hoy, aunque hace ya tiempo que perdieron el ilustre apellido de Álvarez de Toledo que les vio crecer en gloria y hazañas. Portan, en cambio, el Fitz-James Stuart que marca su procedencia extranjera y su descendencia del rey inglés Jacobo II, aunque por linea ilegítima. Pero esa es otra historia.
Publicado en La Aventura de la Historia Nº109


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