BICENTENARIO del general y Presidente del Gobierno asesinado en
1870
Juan Prim y Prats, el espadón de las mil caras
CARLOS
DARDÉ Pofesor
Hª Contemporánea. Univ de Cantabria
Actualizado: 25/11/2014
QUÉN FUERA PRIM!", exclama un personaje de Galdós, expresando la
inmensa admiración que llegó a despertar entre la juventud. Y no sólo... Un
político experimentado como era Henry A. Layard, el embajador
inglés en España, definía a Prim en
un informe confidencial, poco antes del atentado que habría de costarle la
vida, como el "hombre más influyente del país,
que había mostrado un tacto y una habilidad en sus relaciones con las Cortes, y
una atención y capacidad para el gobierno, que difícilmente podían esperarse de
alguien que ha seguido una estricta carrera militar".
Hombre de múltiples facetas, protagonista indiscutible de hechos relevantes
para la Historia de España, muerto en un atentado que hoy sigue siendo un
misterio, Prim fue probablemente el mejor político entre los
militares españoles del siglo XIX. Profundamente catalán, al
tiempo que español, lo cual no quiere decir nada especial porque era lo
absolutamente común en su siglo.
Juan Prim y Prats nació el 6 de diciembre de 1814 en Reus (Tarragona),
ciudad en la que estaban arraigados sus progenitores: Pablo Prim y Estapé,
notario de profesión y militar en la Guerra de Independencia, y Teresa Prats y
Vilanova, hija de un comerciante droguero. Su formación inicial
fue casi exclusivamente militar, en los campos de
batalla. A los 19 años ingresó como voluntario en el primer batallón de los
"Tiradores de Isabel II", creado al inicio de la primera guerra
carlista, a fines de 1833.
Acribillado a balazos
Cataluña fue el único escenario de la participación de Prim en aquella
guerra. Demostró en ella un extraordinario valor, rayano
muchas veces en la temeridad. Recibió diversas heridas -"el cuerpo
acribillado con ocho balazos", dijo él mismo-, y acabó la contienda con el
grado de teniente coronel mayor y dos cruces de San Fernando.
Sobre todo, adquirió merecidamente la au reola de héroe, de hombre intrépido,
que le acompañaría toda su vida.
Inmediatamente después, inició su vida política dentro del partido
progresista, de acuerdo con la orientación de su entorno urbano y familiar.
Elegido diputado en 1841 por Tarragona, intervino en defensa de los intereses
industriales de Cataluña, como haría siempre a lo largo de su vida.
Prim se implicó en la oposición a Espartero.
Tomó contacto con la Orden Militar Española que conspiraba contra el regente.
En la primavera de 1843, participó en la sublevación militar que acabó con la
huida de Espartero a Inglaterra y la entrada de los rebeldes en Madrid, con
Narváez como hombre fuerte del Ejército. Como recompensa por su intervención en
aquellos episodios, obtuvo los títulos de conde de
Reus y vizconde del Bruch, fue ascendido a brigadier y adquirió
popularidad entre los progresistas de Cataluña.
De Barcelona a Puerto Rico
Pero pronto se torcieron las cosas en el principado. El triunfo de los
sublevados fue seguido de un movimiento de protesta de los progresistas y
elementos radicales de Barcelona que se consideraron traicionados. La revuelta se expandió por Sabadell, Gerona y Figueras. Prim dirigió la represión
con enorme dureza. Por ello obtuvo ascensos y recompensas -el empleo de
mariscal de campo y la Gran Cruz y banda de San Fernando-, pero perdió por
muchos años el afecto de los catalanes progresistas.
Proclamada reina Isabel II, en octubre de 1843, la situación política giró
pronto a la derecha. Tras unos meses de gobierno de Luis González Bravo, el general Narváez ocupó la presidencia del
Consejo de Ministros dando inicio a la década moderada. Prim había contribuido
al triunfo de los nuevos gobernantes, pero su significación era progresista, y
sus relaciones con ellos fueron complejas. Inició por aquella época sus viajes al extranjero, en particular a Francia, que
aprovecharía para mejorar una formación tan escasa en sus inicios. Entre otras
cosas, adquirió un considerable dominio del idioma francés.
En octubre de 1847, Prim fue nombrado capitán general de Puerto Rico. El ministro de la
Guerra, el general Córdoba, era su amigo. Pero quizás explica mejor su
nombramiento que procedía de un Gobierno presidido por Joaquín Francisco
Pacheco, el jefe de la facción puritana del partido moderado, que pretendía la
conciliación y la alternancia en el poder con los progresistas, contra el afán
exclusivista de los demás moderados.
El mando de Prim en la isla sólo duró hasta julio de 1848. En su temprano
cese influyeron las protestas que llegaron a la Corte por el desempeño
autoritario del cargo. En particular, destacan las duras medidas adoptadas para
prevenir la rebelión de los esclavos puertorriqueños -el llamado Código Negro-
y la represión implacable de los conatos que se produjeron.
La visión de Castelar
Castelar dejó una buena descripción física de Prim: "Su estatura
regular, su actitud modesta, sus modales finos, su conjunto bien proporcionado.
Tenía nervudos los brazos, fuerte el pecho,
armoniosas y bien ordenadas las facciones, la mirada triste,
la barba ni rala ni poblada, los labios finísimos y descoloridos, la tez
amarillenta, y la sonrisa fría". Aquella tez
amarillenta se debía a la dolencia hepática que padeció desde temprana edad.
Según el periodista catalán Joan Mañé: "Siempre se le conoció que había
sido un miquelet, es decir, un militar surgido del mundo popular armado. No era
un político de corte patricio".
Esta apariencia popular contrasta con sus gustos aristocráticos y
su distanciamiento del pueblo. Cabría pensar en Prim como un romántico. Lo era,
sin duda, por su desprecio de la vida en los campos de batalla. También era romántica su rebeldíacontra la autoridad, que se
manifiesta en la frecuente actividad conspirativa. Pero no lo fue por lo
razonable y previsor que se comportó en su vida privada y por el estricto
control de sus sentimientos.
Su nombre llegó a estar identificado con la libertad,
pero la libertad no estaba reñida en él con la voluntad de poderío -y por eso
llegó a temerse que se convirtiera en dictador-, ni con la dura represión
contra los revolucionarios de barricada. Según Moret: "Aquel hombre que en
el campo de batalla fue audaz, valeroso, vehementísimo y muchas veces temerario,
en la función gobernante era frío, reflexivo y calculador".
De vuelta de Puerto Rico, alternó sus estancias en Madrid y en el
extranjero, acumulando conocimientos, relaciones sociales y deudas, porque su
estilo de vida era muy superior a sus ingresos.
En los últimos años de la década moderada, fue elegido diputado en tres
ocasiones, venciendo la oposición del Gobierno y de la jerarquía eclesiástica.
Trató de estrechar lazos con los progresistas, que habían criticado su
colaboración con el Gobierno en Puerto Rico, y con la opinión catalana. Así,
manifestó su oposición al envío de tropas españolas para restaurar el poder
temporal del Papa, se presentó como defensor de la industria del principado y
reclamó el fin del estado de sitio en Cataluña.
No obstante su oposición al Gobierno, solicitó ser enviado como observador
a Turquía, al escenario de la previsible guerra que estallaría entre Rusia y
las potencias europeas occidentales. Lo que pedía era un favor, pero el general
Lersundi, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, debió pensar que era
mejor alejarle de España y accedió.
En la Guerra de Crimea
Marchó a Turquía con gran ilusión pero sus expectativas se vieron sólo
parcialmente cumplidas ya que aunque pudo contemplar a las escuadras francesa e
inglesa en la entrada de los Dardanelos, y a un ejército turco de cien mil
hombres, residió en un escenario secundario, a orillas del Danubio, en la
actual Bulgaria, y sólo vio un choque armado entre rusos y turcos.
La estancia en el Imperio turco duró desde
agosto de 1853 hasta agosto de 1854, con el
paréntesis del invierno, que pasó en París. Cuando llegó a Constantinopla fue
recibido por el Sultán. Recorrió a caballo la actual Bulgaria, con un calor
sofocante. En octubre, Turquía declaró la guerra a Rusia y Prim asistió al combate que se desarrolló en Tutrakán, no sólo como mero espectador, ya que aconsejó
la colocación de las piezas de artillería que habrían de facilitar la victoria
turca.
Tras el intervalo invernal en la capital francesa, nuevamente viajó al
actual territorio de Bulgaria, y en Rutschuck, mientras dirigía obras de
fortificación, tuvo noticia de la revolución iniciada por elpronunciamiento del general O'Donnell, en Vicálvaro
(Madrid). Inmediatamente volvió a España.
En las Cortes Constituyentes, para las que fue
elegido por Barcelona, intervino en la cuestión de los aranceles,
defendiendo la industria catalana. Su relación con la burguesía catalana se iba
afianzando, aunque muchos progresistas y demócratas no le perdonaban su
comportamiento de 1843 y 1844.
Durante el Bienio tuvo escaso protagonismo, ocupado con los preparativos de
boda con una joven que residía en París. El Gobierno le nombró, en enero de
1856, teniente general, con aprobación unánime del Congreso de los Diputados.
Una medida que suponía la culminación de su carrera militar.
Alejado de España durante la crisis que acabó con el Gobierno de Espartero,
se mostró de acuerdo con la conducta seguida por O'Donnell. Comienza en se
momento, por tanto, un alejamiento de los progresistas,
que durará hasta 1863, y una aproximación al general Leopoldo O'Donnell. Una
evolución que, probablemente, tenía mucho que ver con el nuevo rumbo que
acababa de tomar la vida privada, y financiera, de Prim.
Una boda muy conveniente
El 3 de mayo de 1856, contrajo matrimonio,
en la iglesia de la Magdalena de París con Francisca Agüero González,
veinte años más joven que él, mexicana, de origen español, y heredera de una gran fortuna, de "más de un millón
de duros", como escribía el conde de Reus a su madre.
No se sabe cuándo ni dónde se conocieron los novios, pero sí que ya había
proyecto de matrimonio en 1853. Prim afirmaba estar muy enamorado y parece que
ella también. Pero la oposición al enlace, que tardó tres años en ser vencida,
procedía de la madre de ella, una mujer muy religiosa, en desacuerdo con las
ideas políticas de Prim. El matrimonio tuvo dos hijos, Juan e Isabel, de la que
fue madrina la reina Isabel II.
Prim adquirió el control de una elevada suma de
dinero con la que saldó sus deudas y aumentó los recursos a
disposición de su madre, con la que siempre mantuvo una estrecha relación.
Además, invirtió en diversos valores. Compró un castillo y una finca de trece
mil hectáreas de monte bajo, en los Montes de Toledo, y adquirió una casa en
Madrid, en el número 70 de la calle de Alcalá.
El principal hecho de la vida política española en los años posteriores fue
la creación de la Unión Liberal, que pretendía sustituir a moderados y
progresistas de modo permanente. Prim fue nombradosenador por el gobierno
presidido por O'Donnell en 1858. Frente a la oposición de la
escasa minoría de los progresistas puros -sólo trece diputados-, el conde de
Reus se convirtió en uno de los resellados, colaborador de la Unión,
especialmente en sus campañas exteriores.
El ataque de los rifeños a un destacamento español en las proximidades de
Ceuta fue aprovechado por el Gobierno para iniciar una guerra de prestigio
contra Marruecos, apoyada por la opinión pública en España y consentida por
Inglaterra y Francia.
La campaña de Marruecos
Prim se ofreció a O'Donnell: "Ábrame usted campo y usted verá lo que
soy capaz de hacer". El presidente accedió a su petición entregándole
inicialmente el mando de una división de reserva. Las tres acciones más
importantes en las que tomó parte -en todas ellas con un valor y arrojo
extraordinarios-, fueron la Batalla de los Castillejos -por
la que recibió el título de marqués de los Castillejos, cong randeza de
España-, la Batalla de Tetuán y la
definitiva deWad-Ras, que puso fin a la guerra, con la victoria
española. En estas dos últimas estuvo al frente de cuatro compañías de
voluntarios catalanes a quienes Prim recibió y arengó en
su lengua, con acentos napoleónicos.
Los frutos de la victoria fueron inferiores a lo previsto, ya que
Inglaterra obligó a devolver Tetuán a Marruecos. El coste humano fue elevado,
pero las tropas fueron acogidas con júbilo a su vuelta a España. Prim lo hizo
por el puerto de Alicante, donde fue triunfalmente recibido, lo mismo que,
pocos días después, en Madrid. El entusiasmo no fue menor en Cataluña. Allí,
los voluntarios fueron generosamente agasajados y Prim aclamado como un héroe. La reconciliación del
general con su tierra estaba lograda.
Malos augurios para la reina
Cuando Prim volvió a España, en 1862, tras un periplo por México donde se
ocupó del impago de la deuda mexicana del gobierno de Juárez, la Unión Liberal
estaba completamente en crisis. Nuevamente un partido se hundía a causa de su
propia división, como antes había ocurrido con progresistas y moderados. Se abría una nueva etapa política. Las
expectativas iniciales eran buenas. La misma reina convocó a tres ilustres
progresistas a los que dijo que "deseaba ver alternar en el poder con los
demás partidos al partido progresista". Quedaba por concretar el cómo.
El rumbo que tomaron las cosas, sin embargo, no pudo ser peor para Isabel II. En agosto de 1863, el
ministro de Gobernación publicó una circular en la que restringía el derecho de
reunión en los mítines electorales. Los progresistas acordaron el retraimiento
electoral y no volverían a reintegrarse en el sistema. Su apartamiento de las
instituciones era claramente una apelación a la insurrección armada.
También para Prim se abría una nueva etapa política: abandonó la Unión Liberal y se reincorporó a un partido
progresista que necesitaba un jefe militar. El retraimiento
acordado por el partido le contrarió profundamente. Se entrevistó tres veces
con Isabel II en La Granja para pedirle que se retirara la circular. Al
parecer, la Reina se lo prometió, pero no se hizo. Y el retraimiento
progresista se mantuvo. A lo largo de los cinco años siguientes destacan dos
actitudes en la conducta de Prim.
'La Gloriosa'
Los conspiradores de la Revolución de 1868.
Por una parte, su continua actividad conspirativa,
que se manifestó abiertamente en el levantamiento de Villarejo de Salvanés
(Madrid), en enero de 1866, y la sublevación del Cuartel de San Gil (Madrid),
en junio del mismo año. Por otra, su recomendación de "hacer política
fina", es decir, negociar y acogerse a cualquier amnistía que se les
concediera. Lo que esto parece indicar es que el objetivo de su apelación a la
fuerza era obligar a la Corona a cambiar el rumbo político, más que un intento
de derribar la dinastía. Pero fueron loserrores de los gobiernos
unionistas y moderados, a partir de 1866, y la deriva
inconstitucional de la monarquía, los que acabaron facilitando la formación de la gran coalición revolucionaria.
En agosto de 1866, los partidos progresista y demócrata acordaron en
Ostende (Bélgica) unirse para derribar a Isabel II. Tras la muerte de
O'Donnell, en 1867, los unionistas se adhirieron al pacto. La muerte de
Narváez, en marzo de 1868, privó a Isabel II de su último recurso. Y el dinero
facilitado por el duque de Montpensier, esposo de la hermana de la Reina, que
confiaba en conseguir la Corona, aportó los medios para financiar el
levantamiento, que se produjo en Cádiz, en septiembre de 1868, y expulsó a
Isabel II.
El ídolo del momento
Tras el triunfo de la revolución, Prim se
convirtió en "el ídolo del momento". Ministro de la Guerra en el
Gobierno provisional ypresidente del Gobierno y ministro de la
Guerra, una vez aprobada la Constitución, en junio de 1869.
Su logro principal fue mantener unida la coalición de partidos que habían
participado en la revolución de 1868 y, posteriormente, habían optado por la
monarquía. Lo consiguió, no sin dificultades. Al fin nos encontramos en la
historia del siglo XIX español con un militar con capacidad
política, completamente superior a Espartero, Narváez,
O'Donnell y Serrano. No fue sólo un instrumento de los partidos,
como aquéllos, sino el dirigente del partido progresista, y quien marcó el
rumbo del Gobierno una vez en el poder.
Prim llevó personalmente las gestiones en busca de un
rey. Descartó a los Borbones y, tras el rechazo de los primeros
candidatos -Espartero y el rey viudo de Portugal- se dirigió a las casas eu
ropeas con mayor prestigio, la italiana de Saboya y la prusiana de
Hohenzollern. El príncipe Leopoldo de Hohenzo llern-Sigmaringen aceptó, pero
Napoleón III se opuso. La respuesta del canciller de Prusia, Bismarck, dio
lugar a la guerra franco-prusiana, que supuso la unificación de Alemania y, en
Francia, la proclamación de la III República.
En las Cortes, Prim fue acusado por Castelar de haber sido
"juguete" de la inteligencia "maquiavélica, florentina", de
Bismarck. En Francia se hablaba de una "intriga urdida por Prim con Prusia
contra Francia". El general lamentó "haber sido la causa inconsciente
de esta terrible perturbación". Finalmente, Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia, mostró su
disposición a reinar en España y las Cortes Constituyentes aprobaron su
candidatura.
Mientras el nuevo rey navegaba hacia España, el 27 de diciembre, el general
Prim sufría un atentado a causa del cual moriría tres días después. Aquella
tarde, Prim había asistido a la sesión de las Cortes. Al regresar al palacio de
Buenavista, en el callejón del Turco (hoy
Marqués de Cubas), unos desconocidos se abalanzaron sobre el carruaje disparando al interior e hiriendo al general.
La mano misteriosa
Nunca se ha sabido quién mató a
Prim, ni quién estaba detrás del asesinato. Todos los detenidos
fueron puestos en libertad por falta de pruebas, después de una instrucción
judicial de más de 18.000 folios y de un proceso lleno de irregularidades. Las
principales sospechas recayeron en un republicano intransigente, José Paul y
Angulo, director del periódico El Combate, que había amenazado de muerte a
Prim.
Como inductores, se han mencionado, sobre todo, al duque de Montpensier, cuyo acceso al trono vetó Prim;
al general Serrano, por no se sabe qué secretos agravios o
ambiciones, o a los potentados españoles en Cuba, temerosos de que se
abandonara la isla. Pero nada ha podido probarse.
El primer acto de Amadeo I en Madrid fue velar el cadáver de quien más
había hecho para que reinara en España y, quizá, el único que podía haber
conseguido que su reinado se consolidara.
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